Viajes: Tánger, Marruecos

En mi experiencia hay pocas ocasiones en donde uno prueba o ve algo que reta a los sentidos. Algo que hace sentido pero que es diferente. Sin duda esos son mis momentos preferidos en la vida. Un vino mexicano, diferente a los españoles y franceses. Alguna canción de una banda que no conoces y que sin embargo hace vibrar tu alma. Cosas como esas. Cuando conoces algunos lugares pasa lo mismo, tus sentidos se despiertan ya sea porque tu personalidad se alinea con ese lugar, o porque simplemente sientes el contraste que tu ser representa allí. 


Tánger, Marruecos, es un lugar diferente. Un lugar que despierta los sentidos, que reta tus miedos occidentales y que te obliga a preguntarte que demonios sucede en esa sociedad. 


Cuando llegamos al ferry, después de comernos unos camarones muy buenos en un barecito en Tarifa al sur de España - tuvimos que hacer una fila larga, llena de gente que hablaba otro idioma. Al mal tiempo buena cara y nunca perdimos el sentido del humor. Pero esas personas se volvieron una aglomeración dentro de la estación de ferry y el olor era más odiado por unos que por otros, capaz de sacarte de tus casillas. Quizás no fue mala suerte, sino buena suerte el hecho de que decidiéramos ir a Marruecos en un día de fiesta, fin de mes y no se que tantas cosas. Día en que los locales vuelven a Marruecos cargados de fayuca - día en que la gente se veía de otros puertos para subirse a nuestros ferries. No se, pero todo se dio de tal manera que la gente se empujaba para subir al ferry… la gente con cajas y cajas de ropa, hablando francés en su mayoría, trataban de avanzar entre la gente entre empujones y sudor. Yo me ofrecí a ayudarle a una señora que luego me reclamó en francés cuando la deje de ayudar, no sin una sonrisa en la boca… me estaba vacilando. 


Pasamos por dos controles o algo así, y luego esperamos impacientemente a que abrieran la última puerta que daba al ferry. Cuando esa puerta se abrió, fue como si corriéramos por nuestras vidas. Yo no sabía que teníamos que correr, pero a donde fueres haz lo que vieres… correr era la única opción. La gente gritaba de alegría cuando se abrió esa puerta, chiflaban, etc… traté de grabar un video pero no grabe nada, una pena, hubiera ilustrado perfectamente lo que les cuento. Al fin, entre empujones logramos asegurar un buen lugar que usamos intermitentemente por tener que ir a la fila de migración dentro del ferry, que avanzaba a un paso de tortuga coja. 


En fin, con un calor que se sentía como de 40 grados, llegamos al puerto de Tánger y caminamos hacia nuestro hotel por el malecón. De repente una persona se nos acercó y nos pregunto amablemente que si íbamos al “Medina Hostel”. Pensándolo bien, creo que llenábamos el perfil: dos chicas jóvenes con mochila. Le atinó. De haber sabido qué y cómo era aquella medina, no creo que hubiéramos elegido quedarnos ahí. De hecho fue tanto nuestro shock que casi nos íbamos a otro hotel, aun ya cuando habíamos pagado el de la medina. Hubiéramos cometido un gran error. Nuestro  hostal de la medina fue excelente, tenía una terraza con buena vista en el cuarto o quinto piso en donde nos sirvieron el desayuno típico unas chicas marroquíes que hablaban francés. También nos hubiéramos perdido de la vuelta a casa a media noche por esas calles pequeñas, encerradas, y llenas de gente local. Nos hubiéramos quedado sin sentir ese miedo que te entra en todo el cuerpo al caminar por laberintos desconocidos. Hubiéramos dejado de conocernos a nosotras mismas un poquito.


Tánger es ruidoso, difícil de caminar porque tiene colinas, hay miles de tiendas en la medina, mercados, mucha gente, muchos olores y muchos colores. Todo es viejo y decadente. Es un lugar a donde quisiera irme para sentirme extranjera de verdad y escribir cosas que nunca se me hubieran ocurrido. Está lleno de hombres desde temprano por la mañana hasta que cae el sol y no se privan de gritarte y decirte cosas por ser mujer. 


Una de las cosas más impactantes en Tánger fue el episodio después de salir del bar clandestino. No me acuerdo bien cómo llegamos ahí. Pero dado que en Marruecos la gente no toma alcohol por su religión, encontrar un vino parece imposible. Sin embargo caímos en un restaurant que tenía un speak easy en la planta baja. Era un lugar muy bonito, pero no había mucha gente y estamos preocupadas por no volver muy noche a nuestro hotel localizado dentro del laberinto de la medina. 



Cuando salimos de ahí, nos dio mucho miedo obviamente. No traíamos internet y nuestro mapa se actualizaba lentamente. En una ocasión en donde nos perdimos, justo cuando empezamos a caminar de vuelta al hotel, nos encontramos a un grupo de mujeres y niños, y nos pareció muy raro. No habíamos visto mujeres y niños en todo el día. Al seguir caminando, no sin querer esquivar los servicios de guía turística de uno de los niños, nos encontramos a más mujeres y las calles iluminadas, negocios abiertos y mucha gente en las calles. Era media noche y las mujeres locales habían salido a caminar con su yihab puesto a esa hora. Ellas habrían estado trabajando durante el día y tenían que salir por la noche a hacer la compra. Obviamente nos veían raro, pero a nosotros nos tranquilizo tanto la imagen de las mujeres que nos sentimos más seguras a media noche que a las 4 de la tarde. Los hombres marroquíes no se limitan en sus gritos y provocaciones. Las mujeres se limitaban a vernos raro. 


En fin, después de perdernos unas cuantas veces llegamos a nuestro hostal, dormimos bien y desayunamos muy tranquilamente. Antes de desayunar salimos a la medina a comprar fruta y nos dimos cuenta que la gente no se despierta temprano para salir al shopping tan temprano. Normal si los lugares están abiertos hasta las 2am. 




Este viaje se caracterizó por ver atardeceres. Vi atardeceres en Portugal, España, Marruecos y Turquía. Y el atardecer de Tánger definitivamente está en mi memoria, con un soundtrack de un grupo marroquí que tocaba justo debajo de la terraza en donde comíamos y cerca del Kasbah.



No iba a pasar mucho tiempo para que me encontrara en el norte de España, en Galicia. Con grandes personalidades y anfitriones. Con pulpo y vino como si lo regalaran, y un Camino de Santiago que vale la pena hacer aun que sea un pedacito. En el siguiente post les contaré de ese pedazo del viaje. A esas alturas todavía me quedaba como un mes en aquellas tierras! 

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